26 de noviembre del 2021, 23:04 horas. Suena notificación, mensaje de R: ‘’fíjate que me quiere explotar la tacha de ir a Guadalajara porque quiero ver a Kings of Convenience pero no quiero ir a Bahidorá’’. Estoy en una cabaña en medio de un bosque en Mazamitla, a poco más de dos horas y media de la ciudad, con dos cobijas encima sin soportar el frío porque se me ocurrió ir en short. Así me enteré de la presentación que tuvo lugar apenas ayer, 26 de febrero. ‘’Que te explote, ven y vamos juntos’’, respondí.
Primero lo primero. R apareció en el 2011, cuando abrí mi cuenta de Twitter, un año en que nadie usaba una foto personal como foto de perfil y no sabías cómo lucía la persona a la que le dabas ‘’fav’’. Varios años después, me regresó el follow y comenzamos a hablar, primero esporádicamente y luego con lapsos de tiempo más reducidos entre una conversación y otra. Hasta ayer, nunca nos habíamos visto en persona.
Entre el mensaje del 26 de noviembre y ayer, días en los que tuve que lidiar con los síntomas físicos de la ansiedad de ver por primera vez a alguien a quien en realidad ya conocía, pensé en el cariño que le tengo a Kings of Convenience y cómo se relaciona directamente con personas clave en momentos específicos.
Conocí primero a Erlend Øye por un video que Iv, persona clave, me mostró en su celular y que fácilmente podría confundirse con una película de comedia romántica o musical al estilo Mamma Mia: una coreografía chafa y a veces descoordinada al ritmo de una flauta, en escenarios hermosos, a la luz de la tarde, cuando el brillo del sol es más dorado que amarillo, mientras el pequeño carro rojo en el que viaja sentado en la parte de atrás cruza los viñedos. Él, con vestimenta en colores pastel y un cabello ondulado, claro y perfectamente cuidado, cantaba ‘’La Prima Estate’’. Recuerdo dejarme envolver por la voz dulce y la melodía alegre que me hicieron bailar descalzo en medio de la habitación durante sus 4:03 minutos de duración. No supe nada más de él.
Al no verme movido por la curiosidad, de Eirik Glambek no escuché nada hasta meses después, cuando M, a quien también conocí en Twitter y con quien compartí una profunda cercanía, me habló del grupo que el noruego formó en el 97 con el mismo personaje alargado, flaco y de cabellos claros que me había puesto a bailar a solas en mi cuarto, de su música y las letras que reflexionan sobre las relaciones humanas, del amor, la pérdida, y la esperanza. Esa conversación que se alargó por horas me convirtió en un entusiasta del quehacer artístico de este par de amigos y a los días me noté encerrado, cuarto oscuro, audífonos puestos y viendo solo el polvo en el aire por el manto de luz que se colaba por debajo de la puerta.
Y fue todo. Escuché completo el material que tenían, después las canciones en solitario, seguidas por la música de The Whitest Boy Alive y Komodde, proyectos de Erlend y Eirik respectivamente, pues como dúo no habían hecho nada desde Declaration of Dependence (2009), lo último que escuchamos de ellos… hasta la primera mitad del año pasado, con el sencillo ‘’Rocky Trail’’ y posteriormente su nueva producción Peace or love, un disco de 11 canciones cálido y melancólico que se siente como un viaje introspectivo y que es mejor, desde mi experiencia, escucharlo por primera vez en soledad, tomándote tiempo para apreciar su minimalismo y la elegancia. Disco que daría motivo al concierto de este fin de semana.
26 de febrero del 2022, 15:21 horas. Después de una serie de eventos desafortunados, que de no ser por mi fuerte escepticismo hubiera jurado que todo formaba parte de una conspiración para sabotear nuestro primer encuentro, llego con veintiún minutos de retraso. Mientras camino a la puerta, con notable dificultad para respirar, noto cómo el sudor se apodera de mi frente, mis manos tiemblan, y pienso en que la primera impresión que daré será la de alguien impuntual.
La veo, me ve, me sonríe, le sonrío. R deja su cerveza en la mesa frente a ella, se levanta, grita mi nombre y nos abrazamos como lo hacen dos amigos que lo han compartido todo pero nunca un mismo espacio. Pido una cerveza para ponerme al corriente. Luego otra, otra, otra. Vemos el reloj. Se nos hizo tarde.
Mismo día, 17:12 horas. Llegamos primero a un estacionamiento donde se nos informó que teníamos que esperar una camioneta que nos dejaría, ahora sí, a las puertas de La Reserva Educare, un espacio al aire libre que encaja perfecto con la propuesta musical de los noruegos y de Vacación, el proyecto alterno de Caloncho y El David Aguilar, encargados de ir calentando la tarde.
Mientras el recinto se iba llenando de asistentes, y se acomodaban quienes estaban dispersos entre las filas para comprar cerveza y comida, la música entró en acción. Pudimos escuchar algunas de las canciones de Tiempo Compartido y el adelanto de ‘’Ola, adiós’’, mientras los intérpretes lidiaban desde la tarima con el ambiente tenso que se creó, y que el mismo Caloncho reconoció, entre quienes estaban sentados atendiendo lo escrito en la página web, que decía ‘’evento tipo picnic’’, y los que querían estar parados tapando la vista al resto. Tras media hora de presentación, se despidieron entre aplausos tímidos del público.
Pocos minutos después, los ojos y las cámaras se enfocaron en el escenario adornado con flores y focos de luz tenue que daban un aura mística. Con el sol a medio ponerse, el cielo en tonos anaranjados y el aire cada vez más fresco, vimos emerger las figuras del par de amigos. Tras hacer sonar las cuerdas para afinar las guitarras, oímos la voz de Erlend agradeciendo compartir las áreas verdes y el cielo abierto del lugar con nosotros. Enseguida, los primeros acordes de ‘’Comb my hair’’. Siento la mano de R cerrarse con poca fuerza sobre mi hombro, permanece expectante a lo que estamos por vivir.
Conforme transcurren las canciones, unas que se bailan suavemente, con los ojos cerrados, otras, regularmente de discos pasados, que se bailan enérgicamente, basta echar una vista panorámica por el lugar para entender que la música creada por este par no es solo para escucharse sino que es una experiencia corporal y emocional completa. Saber o no la letra es irrelevante, lo importante son las sensaciones, la música por sí misma, sin pretensión de nada. Constantemente R y yo intercambiamos miradas cómplices para comprobar que este es un momento estético compartido. O para ver a quién le tocaba ir por la siguiente ronda de pacífico.
Pudimos disfrutar de ‘’Angels’’, ‘’Catholic country’’ y ‘’Love is a lonely thing’’. Quizá lo único que reprochar fue la ausencia de Feist en el escenario, quien sí formó parte de la agrupación en las fechas anteriores en la Ciudad de México y que el público tapatío estaba ansioso de escuchar. Sin importar este detalle, con todos los asistentes ya entregados y con conocimiento de que el evento estaba llegando su final sonaron ‘’Ferver’’ y ‘’I’d rather dance with you’’ y, antes de la despedida de los noruegos, escucho a mi derecha el esfuerzo de un llanto contenido y al voltear la veo conmovida, se entrega a él unos segundos para después interrumpirlo con una risa y decir ‘’llorar con Miguel: check’’. Pasa un helicóptero sobrevolando nuestras cabezas y aprovechan para lanzar un mensaje de paz y salir de escena.
Así terminó el emotivo encuentro entre dos prodigiosos de la música y los cientos de seguidores que acudieron para dar un cálido recibimiento. Un encuentro para celebrar la música y el amor, para agradecer el comportamiento del público tapatío que grita que, contrario a lo que muchas veces se ha dicho, está listo para más eventos y artistas de esta calidad.
La responsabilidad y la expectativa después de 12 años de silencio y 10 años de ausencia pueden tener un peso enorme para algunos artistas, pero Kings of Convenience demostró estar a la altura de las mismas. Gracias, Erlend y Eirik, por la noche mágica de este sábado y gracias, sobre todo, por servir como puente para que dos amigos de años, ubicados en distintos puntos de la República, pudieran, al fin, verse a los ojos y explotar en risas y bailes.