Texas es un territorio, es una frontera, es una representación de lo que nos sucede de manera común.
En la edición 38 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara se presentó Hummingbirds, un documental dirigido por Estefania Contreras y Silvia del Carmen Castaños, que relata la vida cotidiana de dos mejores amigas en Laredo, Texas.
Una de ellas es citizen, su nombre es Silvia, o ella quiere llamarse Silvia. La otra es Estefanía, quien está solicitando la residencia para poder trabajar. Estefanía es música, canta, toca el piano, toca la guitarra y hace el soundtrack de la película, que es grandioso.
Son dos latinas atravesadas por varias fronteras, la primera es el idioma; por momentos no te das cuenta en qué lugar estás, si es México o Estados Unidos. Puedes reconocer algunos paisajes con esta estética trash fronteriza donde proliferan los lugares abandonados, y en donde ellas dos brincan las mallas y habitan y exploran; recorren la ciudad como si fuera suya.
—¿Recuerdas todo?
—Yo olvido todo.
Estefanía anda con esa ambigüedad de esperar que en algún momento le detengan y la deporten. Y siente que de alguna manera México le está llamando para poder vivir libre, o con alguna forma de libertad.
Estar en la frontera es más que una delimitación política con más de 3000 kilómetros de longitud. Es una identidad de frontera, es un tiempo de frontera. Entonces aparece en pantalla un chico que se maquilla y viste con un vestido negro para festejar su cumpleaños en un boliche. De ahí salen las tres a hacer una intervención política. En una casas sobre un anuncio de «Se vende» ellas escriben: “Practiqué un aborto”, es un statement, una declaración.
—No te pueden asustar si los asustas primero.
Eso también habla de la cultura conservadora de Texas en donde ellas juegan a atravesar las fronteras y ellas se retan para ver quién corre más rápido y el que llegue al último es un republicano.
Es un documental que muestra la ambigüedad de la frontera, la presencia de otro lenguaje, y de las fronteras del cuerpo, de las líneas rotas entre estas dos grandes amigas que poco a poco se van descubriendo cómplices, solidarias, hermanas y amigas.
La estética es también una transición donde ellas comienzan a tener cierto rol de adultas. En un mundo donde el carro lo es todo, y una de ellas lo tiene, la libertad se expande hasta el borde del río. Silvia le da consejos a su madre: «Mamá, si tú no vas a pelear por el child support, entonces ponle una medida de restricción, porque tú no quieres hacer nada de eso”. Entonces se alcanza a ver que la hija es mucho más lúcida que su propia madre, una situación tal vez recurrente en la frontera y en Texas.
La claridad de Silvia se combina con la incertidumbre del futuro. ¿Qué vas a hacer cuando estés más grande? ¿Cuál será tu destino? Le pregunta Estefanía. Ellas especulan sobre ir a San Antonio, sobre viajar a Austin. Silvia baila y da clases de baile. Le gustaría ir a entrenar a San Antonio, pero también desea regresar a Laredo. Regresar, todas las fronteras tienen un regreso.
—¿Qué pasa si nos separamos?
Es una historia que muestra la decadencia del sueño americano, y tal vez la complejidad del mexican dream. Son dos jovencitas, muy jóvenes pero muy lúcidas frente a su relación con el territorio. Muestra una estética que se puede encontrar en todo el valle. Muestra la literatura chicana, muestra la literatura de inmigración y su reto contra el ser de un solo lado. Muestra la beligerancia de la mujer frente a la imposibilidad de la identidad única, monolítica y homogénea. Es un documental acogedor, una fotografía cálida y sobreexpuesta con la luz del desierto, es amable, amorosa, y al mismo tiempo inhóspita, como si no existieran en este planeta.