Variaciones sobre el café
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“La fragilidad es un territorio sobre el cual se puede construir”
¿Cuando un dolor se convierte en una lesión es una herida? ¿En qué momento cambia de categoría?
Mi cuerpo y yo tan entrelazados y tan distantes. No sé cómo cuidarlo.
Mi cuerpo y yo, tan entrelazados
y tan distantes.
Tan entrelazados…
¡Ay no! Cuándo Carolina lo dice es demasiado tarde, Mariana ya ha trenzado su cabello estratégicamente en una coleta alta, donde colocó un arillo de metal del cual sujetar el gancho que la mantendrá suspendida en las alturas.
Ella quedará prendida en uno de los extremos de una barra y del otro lado un saco que contiene un quintal de café. Ambos se elevarán, terminarán oscilando algunos minutos a la expectativa de la multitud reunida en el Foro LARVA esta noche.
Me lastimé mucho antes pero no sé exactamente cuándo ni cómo.
Mariana se arrodilla y Nicolás comienza a enganchar su cabello. Yo no me sorprendo, o no igual que muchos, porque esto ya se auguraba desde la fotografía dispuesta en el cartel de la presentación Variaciones sobre el café, uno de los eventos del encuentro de artes escénicas Trama, hecho por y para mujeres y disidencias.
Lo que en verdad no esperaba era que fuera su cabello lo que sostuviera el peso de su cuerpo, mismo que comienza a elevarse, tambaleándose apenas por el peso contrario de un quintal de café, frente a mis ojos, mientras Carolina se inclina sobre la silla, incrédula, y el resto de los asistentes permanecen en un silencio expectante.
En realidad todo comenzó antes, mucho antes, hace tres años, cuando Mariana conoció a diferentes mujeres de la comunidad de Pluma Hidalgo, quienes compartieron su experiencia en la tarea de la clasificación de café, y la manera en que esta labor ha marcado sus cuerpos.
Mariana fue invitada a contar granos de café por tiempo indeterminado y ella aceptó. El conteo se tradujo en kilos y kilos de café. Cientos y cientos de granos que rozaron sus manos, cada uno, quizá, una sensación, un pensamiento, un recuerdo, una certeza, el revivir de un dolor antiguo.
¿Un dolor es una herida?
¿Será esta una herida?
Mariana es de estatura media, de brazos fuertes, tiene un tatuaje en la espalda y las venas en sus pies sobresalen cuando usa tacones altos y rojos, como lo hizo minutos antes al andar, como quien camina en la cuerda floja, sobre un círculo de tiza que marcó en el piso. Pero lo que ella tiene en común con las mujeres de Pluma Hidalgo es el cabello largo.
Mi cabello es frágil, poco, quebradizo.
Cuando era pequeña no le gustaba su cabello, para tratar de disimularlo lo dejó crecer hasta que alcanzó su cintura. Fue motivo de burla. Lo imagino como era entonces, negro, fuerte, lasio, la forma en que solía trenzarlo durante la noche para lograr un poco de volumen al siguiente día. Imagino también el día que acudió sola a una estética y pidió a la dependienta que lo cortara todo.
Silencio. Entonces también se hizo silencio. Una joven conmovida entrecierra los ojos como si fuera capaz de sentir también las palabras de Mariana cuando contó cómo perdió su cabello en un accidente. Ese cabello que ahora la sostiene de una caída estrepitosa y mortal.
Con el tiempo su cabello creció de nuevo, poco y quebradizo, pero fuerte, lo suficiente para sostenerla ahora ahí, a mitad del gran foro, en medio de una oscuridad apenas interrumpida por unos cuantos reflectores, vuelta tras vuelta, segundo tras segundo. El oscilar de un quintal de café y su cuerpo en las alturas como la metáfora perfecta de lo que ha sido para Mariana una de las revelaciones sucedidas durante sus visitas a Pluma Hidalgo, y es que La fragilidad es un territorio sobre el que se puede construir, no hay porque esconderla.
No, el cabello largo no es lo único que comparte y relaciona con las mujeres de Pluma Hidalgo, sino ese territorio en apariencia inestable, precario, que nos espanta. Un territorio compartido por cada uno de los presentes, que en este momento, quizá, cuenta, uno por uno, los granos que componen su propio quintal de café.
No sé si aún es un dolor o estoy lastimada.
Porque hace tres años ya que va y viene y no quiero ir al médico.
Es un dolor que va y viene…
De repente la iluminación es de nuevo tenue, como en un principio, cuando al entrar caminamos entre varias bolsas de tela repletas de granos de café. Cada bolsa contenía una inscripción, un pequeño texto escrito por Mariana, pensamientos que la asaltaban mientras contaba granos de café, y de entre todos encontré el mío, o así lo llamo yo, “él mío”, porque que esas palabras no solo me hacían sentido, sino que podía sentirlas atravesar el cuerpo como un cable invisible que comenzaba el recorrido desde mi pecho, que seguía hasta mis extremidades como si se deslizara debajo de la carne. Esas palabras que pienso una y otra vez a lo largo de la presentación,
¿Cuando un dolor se convierte en una lesión es una herida?
reviven un dolor antiguo.
Hace unas semanas me percaté de que mi herida, porque ahora lo sé, es una herida, se sentía como estar rota, como si una grieta se expandiera en demasía resquebrajando a profundidad el pecho. Es un dolor que va y viene.
Todos duermen en mi casa y yo cuento café.
¿Cómo es que llegué a esto, al café y a la espalda?
Todos duermen en mi casa y yo cuento café. Carolina se inclina expectante, observa, toma la cámara y comienzo a escuchar los disparos, el acto de detener esa imagen en el tiempo. El cuerpo de Mariana inmóvil, su rostro sereno recorriendo el espacio del Foro LARVA a cada vuelta, vuelta, vuelta… Y me pregunto cuál sería el equivalente a mi quintal de café, es decir, ese peso que reta mi propia fragilidad. Y a mí, ¿qué es lo que me sostiene, de dónde asir el arillo de metal que me mantiene suspendida en el aire?
La barra desciende. Por un momento el tiempo parece retroceder, porque Mariana está de nuevo en cuclillas y el quintal de café descansa sobre el suelo. Entonces imagino que Carolina recién se percata de que esa mujer está a punto de elevarse sostenida por su cabello, como hace unos minutos cuando al exclamar ¡Ay no!, era ya demasiado tarde, porque cada grano se había contado ya, un quintal de café y al otro extremo el imaginar de nuestro cuerpo, frágil, en resistencia de una caída estrepitosa y mortal.