El Tlakuache Teatro de Títeres retoma Una historia de fantasmas, de Jaime Alonso Sandoval

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Qué raro es ser dueños de algo que no conocemos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Tuve que tomarme con fuerza de la rígida butaca porque sentí que la cabeza me daba vueltas en aquella oscuridad que amenazaba con engullirnos a D, a S y a mí. 

Miré a mi izquierda, ambos parecían tranquilos; D manejaba la cámara con una soltura envidiable y S jugaba un poco con la iluminación, tratando de encontrar el tiro perfecto. ¿Nadie ha escuchado?, me pregunté. Aquella frase venía en voz de Fernando, un joven adolescente de cabello oscuro, piernas cortas y anteojos, interpretado por la mano derecha del experto titiritero Ihonatan Ruíz. 

En aquel momento éramos parte de Una historia de fantasmas, el relato basado en Los fantasmas de Fernando, del escritor Jaime Alonso Sandoval, adaptado por Renato Polo y Ihonatan Ruíz, a quien veo en medio de la oscuridad apenas acompañada por una iluminación tenue, mientras lanza gritos estentóreos en escena junto con Andrea Belén Sansa. 

Cuando Ihonatan me dijo que habría un nuevo personaje, pensé que habiendo ya interpretado grandes historias de la mano de diversos títeres, no podía dejar de asistir esa noche al Foro Escénico El Embarcadero. Aquella velada sería parte de la primera mitad de Una historia de fantasmas, un proyecto realizado con el estímulo del Sistema de Apoyo a la Creación y Proyectos Culturales. 

Gracias a la compañía El Tlakuache Teatro de Títeres, todos en el público podíamos decir que conocíamos a Fernando, un chico como el que rondamos, confusos, perdidos en el torbellino del primer amor, con el peso de los sueños que la cruda realidad se empecina en frustrar de vez en cuando, la desilusión ante la vida, básicamente. Hasta que un día recibe una noticia inquietante por parte de su tía, Fernando se había convertido en heredero de un sitio encantado. 

Mi cuerpo cedía ante la tensión del momento, poco a poco se acostumbraba de nuevo a aquella oscuridad interrumpida. Aquella frase me había sobresaltado, porque…, ¡cuánta razón! Cuanta razón en las palabras de Fernando, ambos, él y yo, y probablemente unos cuantos dentro del foro, temíamos a la extrañeza, a eso que no podemos conocer en su totalidad. ¿Y qué sucede cuando ese ser extraño, esa cosa desconocida, nos sigue a todas partes, todo el tiempo, porque somos nosotros mismos?

A diferencia de Fernando, yo no había heredado un antiguo hotel repleto de espantos o una hermosa casona, ni mucho menos, pero sí me tenía a mí. A mis 25 años siendo esa cosa tan extraña e incomprensible, llena de laberintos y tinieblas, como los vericuetos del hotel encantado, reconociendo esos seres espeluznantes que se cruzan en mi camino como el niño fantasma que en ese momento visitaba la habitación de Fernando, haciéndolo saltar de un susto a mitad de la noche. 

Que raro es ser dueños de algo que no conocemos, dijo Fernando frente al viejo hotel de su familia, cuando en realidad ambos pensábamos lo raro que es tenernos a nosotros mismos y, para variar, esta realidad tan convulsa que nos rodea. A través de la magia del teatro de títeres, los espectadores eramos propietarios de nuestros propios miedos, acompañados del pequeño Fernando.

Para ello, en el laboratorio de exploración, el conjunto El Tlakuache se esforzó por dotar de singularidad a cada uno de los personajes. El pasado oculto de un padre ausente, la frustración de una madre, la inocencia, la incapacidad de comunicarse y el torbellino de la adolescencia, fueron rasgos que se transmitían a través de la metáfora en que los objetos cobraron vida y se convirtieron en seres animados. 

De manera que quizá una tetera representaba el carácter hogareño y cálido de una tía, con ese diseño floral en tonos pastel, y una roca, áspera y oscura, fue representación de la incapacidad de comunicación y empatía del hombre, como el tío de Fernando, incapaz de generar empatía, de comprender las emociones que le embargaron en su primer amor. 

Puesto que mirar desde diversas perspectivas nutre siempre nutre siempre el acontecer de las historias, al termino de la sesión cada uno de nosotros como espectadores tuvo la oportunidad de aportar al proyecto, dando su opinión e ideas sobre la presentación para que así el equipo pudiera seguir trabajando hasta presentar la obra a principios del próximo año.

Aplaudimos, y con el repiquetear de las palmas cada uno salió de su ensoñación. Seguí a D y a S hasta la salida. Mientras caminaba imaginé tomar un pequeño papelito, pero no para escribir mi opinión, sino para escribir a Fernando, porque al hablar con Ihonatan este había desaparecido de su mano. Quería decirle que era cierto, es extraño, y lo más terrible, pero hermoso aún, es que nunca termina de serlo, somos un hotel encantado, Fernando, y estamos llenos de secretos. 

Fuera de El embarcadero el viento de la noche era fresco. Y así nos retiraríamos D, S y yo, bajo el suspenso de no saber aún qué sucedería con Fernando, pero ansiosos por verlo de nuevo y acompañarlo en esta intrincada historia. Y pensé que para entonces, quizás, él y yo habríamos resuelto por lo menos un par de laberintos.

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