Icono del sitio DIÁSPORA

Motion Boulder: Siembra una generación

Tiempo de lectura: 6 minutos

El GPS se perdió o tal vez nunca supo llegar al estacionamiento de El Diente. Hasta donde logro llegar con carro hay un sendero de graba que sube hacia un cerro, y el cerro hasta una montaña, y ahí encima una piedra que se divisa desde cualquier lugar.

La tierra rojiza está marcada con líneas de arado esperando las agujas del maíz. Me saluda un hombre, uno que me reconoce inmediatamente, entonces entiendo que es un amigo fotógrafo que está con sus hijos y su compañera levantado basura del camino de piedras. Era periodista pero la violencia le invitó a buscar otra forma de contar sus historias, ahora, tatúa, hace grabado y foto, otro tipo de foto. Su hijo fue cuarto en las competencias de escalada del CODE, el más chico, con tal vez diez años, ya entrena tres veces al día.  

Sigo el camino de graba y encuentro el estacionamiento de El Diente, un bosque que se resiste a ser tragado por la ciudad de Guadalajara o un bosque que le planta cara a las inmobiliarias, al cerco urbano y que se entretiene con los cientos de escaladores que le visitan, a los que les da una oportunidad, tal vez dos, para subir el rostro erosionado de una piedra, y que después se aburre y se los quita de encima.  

“Aún siendo escaladores experimentados, si la piedra no quiere, no subirás ese día”.  

Ahí entre árboles hay algunos carros y personas que caminan como hormigas pisoteadas, algunos perros que se huelen las colas de saludos, hay palas y picos. Todos preguntan: ¿Dónde ponemos este tronco? ¿A dónde movemos estas piedras? Perseo, dueño del gimnasio de escalada Motion Boulder, intenta ubicar a todos en un lugar. Los que vienen diariamente saben qué hacer, los que acompañamos a esta nueva generación esperamos un momento para poder ayudar a buscar bellotas, levantar plástico o sembrar árboles. La meta de Motion es reforestar 150 árboles nativos.

Miguel, director de medio ambiente de Zapopan se pierde entre una loma y lo vuelvo encontrar sembrando un par de encinos germinados en el vivero del bosque El Centinela, donde se espera lograr más de 90 mil plantas que se utilizarán en la reforestación de las zonas naturales protegidas del municipio.

“La temporada apenas inicia, sembraremos 200 mil bombas de semilla en zonas donde el acceso a la reforestación directa es imposible”, me cuenta Miguel con voz calma.

Al fondo, dice Perseo, sigan hacia el fondo. Camino siguiendo un sendero que me lleva a un río, pero no a ese fondo que él perfectamente conoce. Regreso a otra vereda y comienzo de nuevo a buscar el punto de encuentro. Avanzo hasta otro riachuelo que separa una cañada de un llano verde, con un pasto natural, corto, a ras. El viento de la mañana se levanta y se deja sentir la primera exhalación de vapor del bosque. Encuentro rostros conocidos, está ella, quien me saluda constantemente en la recepción de Motion 2, algunas veces pelea con la máquina de café para hacer un capuchino, ahora pelea por cavar un agujero justo a la medida de otro encino. Sonríe y vuelve a poner sus manos en la tierra. Trabaja ahí pero en realidad entrena ahí, y hace vida ahí, tal vez.  

El único árbol al centro del valle es otro roble de brazos grandes y fuertes. Todos acomodamos nuestras mochilas a sus pies. Los que diseñan las rutas y niveles en el gimnasio ahora cargan árboles hasta el pie de la montaña donde no llegan los carros, la experiencia y el físico les da para eso y más. En el valle se ven desperdigadas familias que encajan sus manos en la tierra para hacerle espacio a un pino o algún mezquite. La sombras son frescas, pero el trabajo está ahí, bajo un sol que comienza a tener nombre, en el aliento que la montaña exhala con mayor fuerza.

Olvidé el café y la cartera, entonces tocará seguir así. Camino hasta las faldas de la montaña y los ruteros, acomodan los árboles dentro de un cerco con alambre de púas. Uno con un sombrero estilo asiático, me explica que acá estará cercado para que sobrevivan más. Antes, la asociación civil Protege y Conserva A.C. me habían dicho que la taza de sobrevivencia es alta, con más de 6 años trabajando en todo el corredor bilógico, ellos acarrean baldes de agua para mantener a los árboles más pequeños en época de secas.  

Al llegar al fondo, encuentro de nuevo al fotógrafo que seguramente me rebasó cuando me extravié, su hijo cava un hoyo siembran un nuevo árbol. En sus manos están también las huellas de subir cada día piedras de tres o cinco metros, de anudar cuerdas, de cuidar a alguien, está es una nueva generación de escaladores en Guadalajara. No son mis viejos amigos de prepa que venían con diez caguamas y destruían todo a su paso. Son jóvenes que despiertan a las cinco de la mañana, que hacen algunas veces más de un deporte, son como mi exalumno que pinta casas en la baja, o mi otra alumna que viajó a tiempo, antes de pandemia a una isla en las polinesias para evitar ser digerida por la necesidad de tener algo, y ya.  

Observo que desde otro lugar un par de escaladores experimentados terminan de bajar los últimos encinos. Me acerco a ellos. ¿Cuántos escaladores hay en la ciudad? Se ríen, no sé, mil tal vez más, hacen cuentas mentales. “Están los que hacen de todo, piedra y muro, los que solo hacen muro y los mirones y los que van una vez al mes”, de esos últimos soy yo.

Comencé a escalar como muchos a inicios de la pandemia, cuando no había ningún lugar abierto la montaña recibió a cientos de personas. Y dejamos nuestra rabia, nuestra alegría, nuestras neurosis. Más de dos mil, afirma uno. “Es que creció mucho en estos últimos años de pandemia, la gente se refugió en las montañas, pero ya no se fue, siguió viniendo”.

La pandemia nos arrebató amigos, familia, hermanos, pero la montaña compartió sus raíces, y sus piedras, su vaho caliente y un sol cansino que contrae las pupilas, todo se ve como una fotografía sobre expuesta. Se comienzan a terminar los árboles y nos reunimos poco a poco todos alrededor del árbol en el pequeño valle, nuestras cosas están bajo una mesa plegable de plástico. Ahora en el árbol hay hojarasca y troncos protegiendo las raíces.

El mayor impacto en El Diente son los escaladores, “usamos los árboles a nuestra conveniencia, pero qué les damos a ellos” evitemos caminar sobre las raíces, ellos mueren con los años nuestro paso sobre el cerro”. Hay una pequeña carpa de Patagonia y unas hieleras de cervecería Colimita. Nos acercamos, hacemos fila por un trago y brindamos.  

Perseo agradece a las más de 200 personas que vinimos a la reforestación anual. ”¿Por qué lo hacen? Pienso en por qué Motion hace esto. Por locos, tal vez, no sé. La realidad es que no es amor a la Pacha o alguna cosa así, sin áreas verdes la ciudad se muere, nosotros desaparecemos, tenemos que entender eso”.  

Tal vez los más viejos, con más de cincuenta años, observan a escaladores de 14 años que intentan un V6, es el nivel de escalada, V0, V5. Tal vez estamos aprendiendo a ser más parte de este bosque y vamos en V2. En el gimnasio ahora dictan clases a los peques, y de verdad pequeños de 8 o 10 años que juegan a trepar, y tal vez a sembrar vida. 

Salir de la versión móvil