Margarito Cuéllar: Nadie, salvo el mundo
Tiempo de lectura: 2 minutos Vivos y muertos dialogan en el poemario Nadie, salvo el mundo del poeta Margarito Cuellar Zárate, ganador del XL Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez.
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Tienen costumbres raras los fantasmas
Hablan cuando nadie los ve
Otro cuerpo de la memoria son esos fantasmas que aparecen en los sueños. Hablan, acarrean consigo un tiempo distinto, imágenes de la infancia, el rostro de una madre; fantasmas que reconstruyen los recuerdos del poeta Margarito Cuéllar Zárate en su poemario Nadie, salvo el mundo, ganador del XL Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez.
El poeta retomó algunos viejos apuntes. Todo recuerdo que asaltaba su mente, nombres, rostros, aromas, sucesos, descansó en palabras, en papel, sobre alguna mesa o escritorio, hasta que colocó él mismo un punto y final. Se había recordado todo, o todo lo que en ese momento fue posible recordar.
“Conversando con mi madre de pronto estábamos en el retorno, en el ejercicio de la memoria de un pasado que recordaba vagamente y de fantasmas que se aparecían así como en sueños y yo no sabía si eran reales o no. Regresaba a casa como con un desasosiego por vaciar eso y entonces lo fui acomodando en el libro. En principio eran poemas sueltos, largos, que luego se fueron fragmentando y dieron vida a Nadie, salvo el mundo”.
Tras más de cuarenta años de escribir poesía la diputación de Huelva, España, reconoció el trabajo del poeta donde vivos y muertos dialogan entre sí, con un dejo de magia, de misticismo, con el realismo mágico con el que alguna vez Juan Rulfo narró Comala y dio a conocer a un tal Pedro Páramo.
La pluma de Margarito da vida a imágenes de un lugar que podría ser cualquiera, o bien ninguno. En Nadie, salvo el mundo, pareciera que el propio lector fantasma deshace sus pasos para contemplar cómo la vida, las ausencias, se degradan para conformar las voces que narran desde algún tiempo el ahora.
“La poesía te permite retornar a una raíz, buscar, indagar en el presente y tratar de ver en qué lugares del futuro vas a poner tus pies, tu pensamiento, tus ideas, tu corazón”.
Nadie, salvo el mundo, comentó Cuéllar, se conforma a partir de aquellos recuerdos que asaltaron los encuentros con su madre, fantasmas imposibles de evadir, llevando así al poeta al obligado retorno de su pasado.
No sé si soy el mismo o si soy un fantasma
Margarito se llama así mismo fantasma. Nació en Ciudad del Maíz, municipio de San Luis Potosí; un terreno montañoso con construcciones antiguas y calles apacibles. A los nueve años experimentó una de las sorpresas más intensas de su vida al conocer el mar desde un litoral del Golfo de México, cuando se trasladó con su familia a Altamira, Tamaulipas. Ahí mismo tuvo su primer encuentro con aquello que creía era el amor y con la poesía a través de textos de poetas como Federico García Lorca y Pablo Neruda. Más tarde, en “la ciudad de las montañas”, Monterrey, Nuevo León, se consolidó poeta, escritor y periodista. “Es como tener un triple nacimiento. Naces donde pasas y te cobijan”, dice Cuéllar.
Hay otro fantasma más persistente aún,
el que borra lo escrito.
Mi madre y yo olvidamos su nombre.
Si bien el poemario surge del encuentro del poeta con su propio pasado, no se trata de una poesía confesional, sino que, coincidió el jurado, se trata de una obra universal tanto en el uso del lenguaje como en los valores que intervienen.
Margarito Cuéllar se convirtió en una de esas voces que dan cuerpo a una memoria que ha perdido fragmentos, y obliga al lector a pensar si es él mismo o se ha convertido ya en un fantasma.