Dedos delgados coronados con grandes anillos, que se posan con delicadeza, como grandes arañas, sobre las teclas de una vieja máquina de escribir. Aquella fue la primera fotografía de Víctor que vi, una tarde cualquiera en la que el algoritmo de Instagram hizo de las suyas. Inmediatamente quedé cautivada ante la posible historia de aquellas manos, suspendidas para siempre en el tiempo con una elegancia tal que compaginaba con las piedras prendidas en sus dedos.
Más tarde me permitiría imaginar que en el momento captado en la imagen, la poseedora de aquellas manos intentaba, quizás, plasmar un pensamiento fugaz, describir cómo las palabras rebotan, suenan, tatúan, pues pertenecían a la escritora mexicana Margo Glantz.
La intimidad para mí es ese instante donde se rompe la barrera de la formalidad, cuando puedes compenetrar en la conversación de alguien, a tal punto que no existe nada entre tú y esa persona.
La curiosidad me llevó a ahondar un poco más en el perfil de la publicación, hasta encontrarme con una colección de fotografías en blanco y negro de rostros que entonces consideraba familiares. Autores como Emiliano Monge, Juan Villoro, Jorge F. Hernández, escritoras como María Fernanda Ampuero, Laura García Arroyo y Elena Poniatowska.
Es común encontrar imágenes de autores, sin embargo, las fotografías de Víctor son distintas, al observarlas la sensación es la de mirar a través de la mirilla de una puerta hacia el interior de los hogares, un fuera de escena donde todos somos otros, quizás más sinceros, donde, por ejemplo, Juan Villoro no es más aquel hombre de semblante culto y serio, sino quien acaricia con ternura un pequeño gato entre sus brazos.
Se trataba de Cartografía íntima, una colección de relatos del fotógrafo mexicano Víctor Benítez, proyecto que inicia en el 2017, producto de lo que en su momento fue la inquietud por desentrañar los mundos representados por aquellos rostros de aspecto solemne, ocultos tras la solapa de los libros.
“Yo creía que no era así, que los autores eran personas, como cualquier otro, pero me preguntaba qué es esto que sucedía que nosotros los veíamos en las fotografías distinto”, dice Víctor a través de la pantalla, en su hogar en Ciudad de México.
Aquella tarde, conforme deslicé el cursor, aparecieron más y más fotografías similares en la propuesta estética, blanco y negro, pero distintas en la singularidad de aquello captado por el lente.
Víctor logra establecer así una suerte de acercamiento con el lector, a la vez que coloca en tela de juicio la idea de los escritores como figuras intelectuales, pertenecientes a la élite inalcanzable de la escena literaria en distintas partes del mundo.
Para él la clave está en capturar y reflejar la intimidad, entendida esta como ese espacio inaccesible que alberga cada uno de nosotros, que se cimienta en una relación material y simbólica entre cuerpo y espacio, pero también en un estar con el otro.
Como fotógrafo, pero también como lector, para Víctor la conformación de Cartografía íntima, representa un proceso de exploración y descubrimiento, a través del cual amplía su propia mirada para desmitificar la figura del autor, y comprender lo que sucede con la literatura en México y el mundo.
Cartografía íntima parece revelar a su vez que un relato consta no solo de segundas historias, como diría el escritor Ricardo Piglia en su Tesis sobre el cuento, sino de tres, cuatro, incluso más; relatos a primera vista invisibles a los que Víctor accede a través de su propia lectura y su lente como herramienta narrativa.
“La intimidad para mí es ese instante donde se rompe la barrera de la formalidad, cuando puedes compenetrar en la conversación de alguien, a tal punto que no existe nada entre tú y esa persona, que podrías hablar de cualquier cosa. No es algo que surge con los autores de manera inmediata, y eso, yo diría que es el verdadero fruto de este proyecto”, explica Víctor, con relación al proceso de búsqueda de la intimidad en sus fotografías.
Autorretrato
Víctor enfoca la cámara de su teléfono en la pantalla, sus movimientos son ligeros, tal como imagino el caer de los dedos de Margo en cada tecla. Toma una fotografía de la sesión por Zoom. Ya está, tu cartografía íntima, me dice mientras sonríe. Sonrío también e inmediatamente me pregunto cómo pensaría su propia imagen bajo la misma lógica del proyecto.
Víctor de brazos cruzados sobre el pecho, una mirada que viaja fuera del límite de la pantalla, el deslizar de una puerta a sus espaldas, abierta por un gato que es ante mí invisible, en algún lugar de la Ciudad de México, donde intenta sofocar el alboroto proveniente de las calles al cerrar la ventana a un lado suyo. Esa, pienso, sería para mí la cartografía íntima de Víctor Benítez.
Recuerdo la imagen apenas la menciona. Goran Tocilovac, escritor de origen serbio. La fotografía fue tomada en París en el 2018, al final del viaje que en algún momento emprendió ante la insistencia de una curiosidad mordaz. El rostro del autor parece haber sido borrado por el viento al igual que sus manos, pero Tocilovac permanece sentado ante un pequeño escritorio y la ventana detrás suyo está cerrada. Así sería también su autorretrato desde la intimidad, me cuenta Víctor.
“Me detengo a pensar en lo que he mirado, lo que he documentado, y que le pongo algo de mí a ese instante”, escribió Víctor al pie de la imagen publicada. El viaje que emprendió en 2017, inspirado por la curiosidad de saber qué sucedía con la literatura en otras partes del mundo, había sido exhaustivo, y me cuenta cómo aquella fotografía es a su vez una representación de cómo miraba el mundo en aquel entonces, un tanto desorientado, presa del abatimiento físico, con los últimos euros en los bolsillos, y el futuro desvanecido como el rostro de Goran Tocilovac.
“Creo que las fotografías son una forma de decir lo que pensamos. No fue una decisión consciente la reflexión, sino que eran emociones, eran cosas encontradas ahí; yo ya estaba muy cansado de ese viaje, fue el último autor que retraté en un París que ya estaba acabando conmigo. Es la parte artística, me parece, la parte abstracta, aquello que no podemos definir con palabras y por eso termina expresado en una fotografía, o tal vez en un verso”, cuenta Víctor, con una voz que se reproduce en eco por el sonido de la computadora.
Cartografía íntima no es únicamente una ventana de reflexión en torno a la escena literaria o las obras de cada autor, sino la historia de los espacios habitados y los cuerpos que habitan, como materialidades que determinan el acontecer colectivo.
Todo comenzó con un viaje, procedió con el disparo constante de la cámara y germinó con una pregunta aparentemente inocente de la escritora Elena Poniatowka: ¿Y ahora qué sigue?
Es la parte artística, me parece, la parte abstracta, aquello que no podemos definir con palabras y por eso termina expresado en una fotografía.
La realización del proyecto representa para Víctor como autor la necesidad de formular, tanto para él como para el espectador, más preguntas que respuestas. Así, a partir de la muestra fotográfica nos es posible cuestionar nuestro propio proceso de observación, en compañía del autor.
“Me gusta mucho cuestionar qué estamos haciendo, qué réplicas estamos tomando, porqué estamos replicando cosas en Instagram, porqué la gente dice que una foto es bonita o impactante, y esas preguntas me ayudan a mí a entender que estamos aprendiendo a cegarnos, no a mirar, no a cuestionar. Estamos como automatizados para seguir leyendo lo mismo y seguir mirando lo mismo”, expresó Víctor.
El viaje llegó a su fin con alrededor de sesenta retratos, que eran a su vez la imagen de nuevas historias que habían sido reveladas para Víctor. No se trataba solamente de haber conocido y leído nuevos autores y autoras, sino de haber adquirido la capacidad de leerse a sí mismo en otras lenguas, al acontecer cotidiano en su multiplicidad de relaciones, y llevar a cabo como artista el impulso primario de narrar desde la intimidad.