Habitar los pasos, una muestra artística de Lorea de la Peña

Tiempo de lectura: 4 minutosEn diversas pinturas hechas por Lorea, los asistentes pudimos habitar más allá de sus pasos, habitamos nuestro andar en el espacio que transitamos diariamente como ese terreno externo a nosotros pero también nuestros cuerpos, mentes y procesos como una galería de paredes enormes e innumerables habitaciones. 

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¿Cómo te fue?, preguntó al otro lado de la mesa en aquel oscuro restaurante italiano, donde a pesar de las tinieblas, o gracias a ellas, sus ojos resplandecían azules como dos cristales incrustados en su rostro. 

Bien, le dije, y pasé a describir vagamente algo que creí en realidad no le interesaba, mi trabajo como reportera de cultura. Comencé apuntando las observaciones más genéricas, esas que te permiten responder cordialmente e inaugurar en la conversación un cambio de tema; hora del evento, alguno que otro traspié con la cámara… Después de eso él sonrió y yo guardé silencio, no un silencio lapidario, si no uno de esos que se rompen por cortesía, o para que no la crean loca a una, riendo o comentando nimiedades a lo largo de la noche. 

En ese mismo silencio, había recorrido horas antes los pasillos, salas y habitaciones de Galería Jardín Americana, en la exposición Habitar los pasos, de la artista Lorea de la Peña.

En diversas pinturas hechas por Lorea, los asistentes pudimos habitar más allá de sus pasos, habitamos nuestro andar en el espacio que transitamos diariamente como ese terreno externo a nosotros pero también nuestros cuerpos, mentes y procesos como una galería de paredes enormes e innumerables habitaciones. 

Durante la presentación, Lorea explicó que aquello que estábamos viendo se trataba de una colección de arte que conforma un proceso de entendimiento de sí misma con relación al espacio que habita y las relaciones, incluso consigo misma como artista. 

Se espera siempre algo del artista, como se espera de cada uno de nosotros otro poco; una determinada forma de ser, de actuar, de hablar e incluso de crear, pero Lorea permitió que fueran esta vez otros quienes hablaran, esas otras voces que solemos silenciar en ocasiones ante un mundo apabullante, esos tantos rostros suyos como ideas revoloteando en su cabeza y manos, crearon arte, crearon esas pinturas que me parece vislumbrar de nuevo al fondo del restaurante, antes de que un mozo con traje negro se interponga con una enorme charola de pizza. 

Para ese momento mi mente era un carnaval, un segundo piso donde retumbaban los pasos de criaturas varias, voces sin rostro, tiempo y no tiempo, una mirilla a través de la cual observaba a aquel hombre de ojos de cristal a quien no pude más que decir bien, me fue bien, y no decirle que a mi alrededor había comenzado esa danza de seres que habitan ocultos en la mente sigilosa de una. 

En una de las altas paredes color perla de la galería, estaba uno de los textos escritos por la artista que contenía la frase que en aquel momento, con el olor de la masa, el queso y la salsa de tomate, se repetía en mi mente como queriendo decir te lo dije:

Por mi mente visitan tantas cosas, criaturas y escenarios, algunos reales y otros ficticios.

En la oscuridad de aquel sitio de iluminación tenue y amarillenta, cada pintura de la artista figuraba ante mí de nuevo; perros como pequeños demonios de cuerpos alargados, o un lugar en apariencia inhóspito donde aparecen algunos gallos en tonalidades rojizas como el fuego, esos cuerpos confusos, difusos, entremezclados entre sí como una sola criatura informe.  

Es bienvenido el movimiento constante como el agua de un río que lleva y también trae. Sucede tanto el vaivén y choque entre universos, que me hace pensar que quizás cuando llegue a vieja no sabré diferenciar los recuerdos de los sueños. 

Diferenciar los recuerdos de los sueños. ¿Era aquel hombre un recuerdo, un sueño, una pintura, una idea difusa en mi cabeza que cobraba vida en las penumbras, al otro lado del humo que emana de la masa caliente?

¿Son aquellas imágenes sueños o recuerdos provenientes de la mente de Lorea? Fuera lo que fuera, estábamos ahí, dentro, recorriendo los pasillos de una galería cuya extensión estaba en al mente de la joven artista, quien recorría los salones sonriendo, saludando, conversando, consciente de sus demonios, de la Lorea niña que había seleccionado los colores de la pintura, de la artista desinhibida que  propuso a cada uno de nosotros habitar sus pasos.

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