Sueños imposibles: Mi viaje con Werner Herzog

Tiempo de lectura: 7 minutos Leonardo Gonzalez platica con Werner Herzog sobre su viaje de Múnich a París en 1974. Un viaje que determinará la carrera del cineasta.

El registro de la travesía es vital si pensamos en el cine y en la obra literaria de Herzog. Del caminar sobre hielo, diario espontáneo de un viaje real, donde todo importa: animales, personas, cosas, y todo está en relación.

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Tiempo de lectura: 7 minutos
Un texto de Leonardo González
Usted, Werner Herzog, es un buscador incansable de imágenes. Ha puesto su cuerpo al servicio del cine, al servicio del registro de lo imposible o de lo casi imposible, sin miedo al fracaso. 

            “The World Reveals Itself to Those Who Walk”.

            Werner Herzog, en la Universidad de Stanford

Artista con el que muchos de nosotros hemos crecido. A mí, sin ir más lejos, su película Grizzly Man (2005) me impactó mucho, hará unos quince años atrás. Es casi irreal poder charlar con usted, como lo es también su libro Del caminar sobre hielo (1978), lo que me pone un poco nervioso, la verdad. Tanto que no sé cómo iniciar esta conversación. Tal vez diciendo que usted, señor Werner Herzog, es un buscador incansable de imágenes. Usted ha puesto su cuerpo al servicio del cine, al servicio del registro de lo imposible o de lo casi imposible, sin miedo al fracaso; como en   Fitzcarraldo (1978), largometraje que filmó en la selva peruana, con un documentalista al lado por si moría en el intento, por si la película no se salvaba. Al menos quedaría un registro, dijo. Y así fue, con la fortuna de que la película se salvó y hoy se pueden apreciar ambas como un solo proyecto que enlaza vida y arte.
En su obra literaria y cinematográfica la cuestión del registro de la travesía es vital. En particular en Grizzly Man, Fitzcarraldo y el libro que nos acompaña en esta ocasión, Del caminar sobre hielo, registro espontáneo de un viaje donde todo importa: animales, personas, cosas. Todo está en relación.

Del caminar sobre hielo, la búsqueda de la madre.

Me gustaría detenerme en el viaje que usted hizo en 1974, desde Múnich a París, en el transcurso de tres semanas intensas, y en especial en el diario de ese recorido que tenemos para esta ocasión. Un viaje, como usted lo llama, “desprotegido”, sin más que “una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona con lo imprescindible”. A pie, con escasos trayectos motorizados. Un viaje que previamente trazó con línea recta usando un mapa y una regla, un viaje lleno de sentido, pues su amiga, Lotte Eisner, agonizaba y dejaba huérfana a toda una generación de jóvenes cineastas alemanes. Había que caminar 841.9 kilómetros para ir a ver a quien descubrió su película La ciencia de la vida (1968) y la envió a Fritz Lang para que la viera y distribuyera en Los Angeles. Esa amiga, cincuenta y cuatro años mayor que usted, agonizaba en París y había que ir a verla caminando. Cito el libro. 

——La Eisner no puede morir, no morirá, no lo permitiré. No morirá, no lo hará. Ahora no, no puede. No, no morirá ahora porque no morirá [...] Si llego a París, vivirá. Así será, porque no puede ser de otra manera. No puede morir. Quizá más adelante, cuando lo permitamos.

El narrador viaja para evitar una muerte. Un viaje peregrino y religioso, donde pedirá a Dios por la sangre de Cristo. Le pedirá que haga suya la sangre de su hijo, para que su madre no muera. Creo que el narrador al viajar a pie desde Múnich a París vuelve a la infancia y busca a su madre, representada en Eisner y también en la tierra. ¿Y por qué digo esto? El narrador quiere beber leche durante el viaje, como acaso otras fábulas peregrinas nos han aconsejado hacer. Esa leche proviene de otra madre y dice el autor.

——Durante toda la mañana he tenido un enorme antojo de leche. 

Cuando la encuentra, se la bebe fascinado, como una criatura pequeña. Esto recuerda otro peregrinaje, esta vez del cine: el del joven soldado inglés en la película 1917 (2019) de Sam Mendes; el peregrino debe cruzar campos minados, peligrosos y naturalezas dañadas por el hombre en la Primera Guerra Mundial, y digo hombre literalmente. Fangos, bosques, cantos, se entrelazan en un caminar sigiloso. En un momento el joven soldado encuentra leche y ésta sirve para salvar la vida de un bebé que necesita una madre. La leche viene de las vacas que a usted le emocionan en su texto.

——Fuera, en el frío, las primeras vacas, me emociono.

——Lotte Eisner, querríamos tenerla entre nosotros más allá de los cien años, pero por la presente la eximo de tan terrible conjuro. Puede morir. [...] Nosotros, la nueva generación de directores de cine, somos una generación sin padres. Somos huérfanos. Solo tenemos abuelos.

La presencia animal es muy llamativa en su texto. Aparecen, se esconden, se asustan, vuelan, estamos rodeados de ellos, de animales y de aves, se funden con la presencia humana.

——Cuando camino, es un bisonte el que camina. 

Más adelante, señala a los cuervos.

——Muchísimos cuervos me acompañan en la niebla. 

Aparecen reptiles voladores, pollos, faisanes, cerdos, pavos, busardos, aparecen gatos probables en la noche. 

——Me he despertado una vez al sentir un animal que dormía sobre mis piernas. Al moverme, se ha asustado más que yo mismo, creo que era un gato. 

La voz experimenta una transformación, y será la forma en que cerrará el diario: la idea posible de volar está siempre ahí. 

——Me dejaré mecer por la tormenta alrededor de la gasolinera hasta que me crezcan las alas. 

En otras partes el narrador se compara con los animales y especula sobre la relación entre la naturaleza y ellos, los animales y el universo: 

——Álamos delgados sin hojas, un cuervo vuela a pesar de faltarle un cuarto de ala, así que lloverá […] He visto un cuervo inmóvil con la cabeza gacha sobre el tejado de enfrente. Mucho después seguía allí, petrificado y congelado y solo y sumido en sus pensamientos de cuervo.
 
El narrador mismo se ve como un animal. 

——A cada paso tengo tanto cuidado como un animal y pienso también, creo yo, como un animal. 

Sin embargo, existe una dicotomía entre una humildad extrema y la falta de ella. No sabe si se es humano o no, para lo cual hay que mirarse al espejo, si se ha perdido o no la cordura. Por otro lado, la sensación de que el viajante puede afectar la realidad de forma máxima se alcanza a percibir.

——Si llego a París, vivirá. 

Esa determinación interesante se entrelaza diciendo.

——Los pueblos se hacen los muertos al acercarme a ellos. 

A ratos la vida gira en torno al narrador, pero en otros momentos lo vemos perdido entre el infinito, siempre con seguridad de que encontrará "un castillo” donde guarecerse.

La idea de volar y la idea de la infancia se conectan en un pasaje. Muchos niños aparecen en el diario. Niños que intentan volar, que encuentran ventanas.

——Entonces se ha abierto una ventana del colegio justo al lado, un niño la ha abierto desde dentro siguiendo instrucciones, y entonces he oído a una joven profesora gritar de tal manera con los niños que no he querido que nadie se diera cuenta de que había un testigo de semejantes gritos sentado bajo la ventana. 

La misma ventana que usted quisiera abierta para volar. Este diario, de tan solo noventa y seis páginas, publicado en 1978, cuatro años después de ser escrito, cuenta con un epílogo escrito en 1982, necesario para agregar valor a Lotte Eisner, un tanto ausente en el libro. De hecho, el propósito del viaje y el propósito del diario no son el mismo. Mientras que el primer objetivo es evitar la muerte de Eisner mediante una peregrinación a pie en vísperas del invierno, el segundo objetivo es dar alientos al narrador y registrar el paisaje.

——¿Por qué es tan doloroso caminar? Me aliento a mí mismo porque nadie me alienta—. Nos dice en el libro.

El ritmo del texto parece asimilarse al de sus pasos. El avance del peregrino en frases cortas, frases que generan sentido por sí mismas. 

——Dos nueces para comer. Quizá llegue hoy al lago Lech. Muchísimos cuervos me acompañan en la niebla. Un granjero abona el campo en domingo.

 
Aquí se camina con un objetivo claro: llegar a París. No es un paseo. No es un caminar para perderse sin brújula. De hecho, la brújula es un objeto importante, un objeto que el narrador posee, pierde y compra de nuevo. 

——Sin darme cuenta perdí mi brújula del cinturón. 

La brújula es un objeto con el cual el narrador se relaciona de manera particular.

——Me ha venido bien porque he podido comprar una brújula antes de que cerraran las tiendas, es líquida, pero todavía no se ha ganado mi amistad.
 
Se pretende un caminar sólido, con calzado nuevo y confiable. Aunque peligroso, desprotegido, estamos ante un acto lleno de fe.

——Ante la noche todo puede ser ligeramente diferente de como era en la mañana; ya que mientras viva en esta tierra, vivo en constante peligro de muerte. Dios mío, pido por la sangre de Cristo: haz que tenga un buen final. El tiempo transcurre hacia la eternidad. 

Un viaje en el que el cuerpo se hace daño.

——¿Por qué es tan doloroso caminar?——. El narrador se pregunta varias veces. 

Sobre su peregrinación se ha escrito mucho. Quisiera recuperar aquí las palabras de Rebecca Solnit, expresadas en su libro Wanderlust (2000) en el cuarto capítulo titulado “El camino en ascenso hacia la gracia: algunos peregrinajes”. Dice Solnit: “Herzog, como sabe cualquiera que haya visto sus películas, es aficionado a las   pasiones profundas y los comportamientos extremos, por obtusos que sean, y en sus diarios de su largo camino a París asumió las cualidades de los personajes obsesivos de sus películas”. Dice Solnit que usted, Herzog, "caminaba en cualquier clima, aunque ocasionalmente aceptaba que lo llevaran, y dormía en graneros y posadas de extraños. La prosa escasa describe caminar, sufrir, encuentros menores y fragmentos de paisajes. Fantasías elaboradas que en sí mismas suenan como esquemas de películas de Herzog y se entretejen en la descripción de su terrible experiencia". 

Estas fantasías me parecen interesantes en este libro, señor Herzog. Un libro alejado de la cordura, en el mejor de los sentidos, y que se acerca a algo que usted dijo en el documental Tokyo Ga (1985) de Win Wenders.

——Ya no hay imágenes... Hay cosas para ver, pero como no hay nadie que las mire, nunca llegan a convertirse en imágenes [...] Estoy dispuesto a escalar el Himalaya o viajar a la Luna o a Saturno para capturar una imagen pura.

Usted mismo, Herzog, es la obsesión de ese cine que lo llevó en 2019 a realizar otro ejercicio interesante. Me refiero a la película Nomad: caminando junto a Bruce Chatwin (2019). En esta película usted recuerda a su amigo, el escritor movedizo Chatwin, que murió de Sida en 1989. Y para hacerlo siguió su rastro a través de los lugares que él transitó para escribir sus libros. Con esa imagen quisiera darle paso a usted, un hombre de setenta y ocho años que sigue buscando una montaña, misteriosa y perpetuamente silenciosa, como un gran oído atento que emite sus propios gritos que nadie oye en dirección a las profundidades del universo. Ese oído atento, esa montaña profunda, es usted, Werner Herzog.

Muchas Gracias.


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