May Sinclair: Donde su fuego nunca se apaga
Tiempo de lectura: 4 minutos Así era la voz de May Sinclair, como un susurro. Sus palabras tenían el aroma de las flores de sauco. Si me preguntan qué sucedió el día en que la conocí podré decir que la casa estaba en silencio, a excepción de los susurros que parecían brotar de paredes insoportablemente blancas, mensajes de un viejo fantasma.
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Cuando la conocí lo primero que me dijo, como en un susurro, fue que en el campo el teniente de marina Jorge Waring, quien tenía un aroma a vino de flores de saúco, esperaba por última vez a Enriqueta Leigh.
Sucedió una tarde en la que, como en acto de inocente rebeldía, tomé sin preguntar un libro del escritorio de mi hermano, el libro donde conocí a May Sinclair y reconocí por primera vez el terror de presenciar en mi mente, al resguardo detrás de mis párpados, el rostro incendiado del fantasma de Oscar Wide en un restaurante en Soho, o de mi propio fantasma persistente y aterrador.
Cuentos Memorables según Jorge Luis Borges. Eso prometía la portada, cuentos memorables, y el relato de Sinclair era el primero de estos. Donde su fuego nunca se apaga narra la historia de Enriqueta Leigh, una joven enamorada del teniente de marina Jorge Waring. Este pidió a la joven en matrimonio, pero el padre de Enriqueta impuso como impedimento la corta edad de su hija. Cuando ambos se vieron por última vez la despedida fue el pacto de la espera por tres meses, cuando el regreso de Jorge Waring. Pero él no regresó nunca y la esperanza que guarda el deseo murió con él, hundido en un buque en las aguas del Mediterráneo.
Así era la voz de May Sinclair, como un susurro. Sus palabras tenían el aroma de las flores de sauco. Si me preguntan qué sucedió el día en que la conocí podré decir que la casa estaba en silencio, a excepción de susurros que parecían brotar de paredes insoportablemente blancas, mensajes de un viejo fantasma. ¿Qué me decía aquella voz? Que el tiempo es un instante.
“¿Nunca se te ocurrió que lo futuro pudiera afectar en lo pasado?”
Cuando conocí a May Sinclair conocí también el tiempo. A ella en las letras negras sobre la página amarillenta, en su lenguaje, en la selección delicada de las palabras. Pero ¿cómo se conoce el tiempo? El tiempo se oculta tras un rostro incendiado, la fachada de los clientes, las pantallitas de las lámparas de un restaurante en Soho. El tiempo es un momento, un instante, un nombre, una voz, un rostro que impone su condena.
Hay encuentros que esbozan para siempre una imagen del mundo. La totalidad de las cosas parece tocada por una mano invisible, la sombra de Jorge Waring.
Después de la muerte de su padre, sola en la sala de su casa de Maida Vale, Enriqueta Leigh dedicaba las tardes a esperar la llegada de Oscar Wide . Él, un hombre casado, confesaba a Enriqueta estar enamorado de ella, “en el colmo de la dicha”. Enriqueta lo veía como el único hombre que podría amarla, pero sería en vano, pensaba, porque Oscar Wide no era, ni sería nunca, Jorge Waring.
“Cuando no estaba él cerca, Enriqueta gustaba de pensar en él; pero siempre recibía un choque al verlo, tan diferente, en lo físico al menos, de su ideal, que seguía siendo su Jorge Waring”.
No solo se trataba de Enriqueta, sino de la propia imposibilidad de Oscar Wide, de su propio aburrimiento, de la forma en que concebía la figura de ambas mujeres, Enriqueta y su esposa, siempre lejanas a él, a su esfera, a su condición de hombre, siempre lejano el entendimiento. ¿Por qué regresa Enriqueta a Oscar Wide? ¿Amaba a Oscar Wide? ¿Qué es el amor?
“Eso era el amor, lo que nunca había tenido, lo deseado y soñado con ardor. Siempre esperaba algo más, y más allá, algún éxtasis, celeste, supremo, que siempre se anunciaba y nunca llegaba”.
Eso es el amor, deseo, lo que soñamos siempre, lo que relatamos y nos es relatado, lo que esperamos y no encontramos nunca, el verdadero tiempo, un momento siempre extinto, un augurio inconcluso.
¿Por qué buscar ser amada, amado? ¿Por qué el recuerdo no basta, y ese momento busca repetirse una y otra vez, a sabiendas de que solo fue y no será de nuevo nunca? Aunque Jorge Waring viviera, no sería más aquel Jorge Waring a quien ella buscaba en los ademanes de alguien más. Es inútil, parece decir May Sinclair. La búsqueda será eterna, el tiempo en una flor de saúco, la inmortalidad ahí, Donde su fuego nunca se apaga.
La posibilidad del deseo murió junto con Jorge Waring, pero no el deseo mismo. Nadie podría aventurarse al fondo del Mediterráneo a fin de rescatar el cuerpo que encarnaba los anhelos, los recuerdos y las ilusiones de Enriqueta Leigh. Pero su fantasma se instaló en la mente de ella, se expandió hasta modificar pasado y futuro, o tal vez pasado y futuro fueron siempre eso: un fantasma que Enriqueta enterró en el rostro de Oscar Wide.
May Sinclair dibuja los pasajes que yacen en el recuerdo de Enriqueta, quien no solo no comprendía lo que sucedía, sino también lo ya sucedido en su vida, y, posteriormente, en su muerte, pues Oscar Wide había invadido ya cada rincón en su memoria, la única inmortalidad.
“Te dije que era inútil querer escapar, Enriqueta. Todos los caminos te retornan a mí. En cada vuelta me encontrarás. Estoy en todos tus recuerdos”.
¿Debe una ser querida, debe una querer?¿Se puede querer lo perdido, lo que no se tiene? ¿Es posible petrificar el deseo, volverlo eterno, el deseo como una criatura que dentro nuestro ha cobrado vida propia?
Aquella misma tarde en que conocí a la poeta, escritora y sufragista Mary Amelia St. Clair, escondí el libro por precaución, con miedo a que mi hermano lo arrebatara de mis manos. Fue, en realidad, como esconder el tiempo, el verdadero tiempo, quiero decir, mi propio huerto, el retorno ineludible. Al introducir el ejemplar debajo de la cama me introduje a mí misma jugando a las escondidas.
Cuando conocí a May Sinclair, en líneas no escritas crucé un huerto donde no había nadie, hasta el campo donde no me esperaba Jorge Waring sino una sombra distinta, una ilusión diferente, el centro de todo, de donde proviene el verdadero tiempo; la condena, mis asistencias a lo que fue lo más parecido a aquel restaurante en Soho, o el hotel Saint Pierre en Paris, donde la falta del amor tan esperado hacia Oscar Wide consumó el aburrimiento. Supe que en notas sueltas, en libretas extraviadas, ocultas en algún lugar de mi habitación, hay un cuerpo que se disuelve en un mar de tinta azul. En el fondo del lector yace un buque extraviado, un cuerpo que desaparece lentamente al fondo del Mediterráneo, que es anhelo, ilusión, condena que se resguardada en alguna parte de una misma, uno mismo, ahí, Donde su fuego nunca se apaga.
Ilustración de Roxana Quintero
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