You can stay until you find something
Miro a Alex. Observo su cabello largo, enmarañado, sostenido apenas en una coleta descuidada, tiene una sonrisa afable y el gesto despreocupado. Intento imaginarlo como ese joven nómada por las calles de Australia, como esa voz que me hablaba desde un poemario abierto a la mitad de mi habitación días antes, hasta que me pregunto, ¿por qué nos es más fácil mirar hacia lo que fue y no hacia lo que es? Tal vez porque en el presente el tiempo avanza. Siempre demasiado rápido.
Los minutos transcurren. La oscuridad de la noche se instala en la pequeña sala de entrevistas, provocando que las sombras se apoderen del rostro del poeta y editor Alejandro del Castillo. Me cuenta con una voz cálida, cómo esa tarea de leer el pasado fue también parte del desarrollo de su más reciente libro, Residencia permanente.
La escritura de Residencia permanente comenzó durante la estadía de Alex en Australia. Es un poemario que aguarda en un conjunto de páginas donde yace una poesía migrante, una escritura de ninguna parte que dialoga con su yo extraño en tierras ajenas, que interpela y acompaña a su yo nómada, a un territorio hostil.
Aún no hay suficientes términos y no los habrá hasta que dejemos de pensar de forma binaria
deja que les cueste decir tu nombre
La voz de Alex es suave, contrasta con el sonido de los automóviles en la avenida y la algarabía de voces provenientes del pasillo y el galerón invadido. Sus labios parecen haberse grabado para siempre en una sonrisa ligera, sinuosa, una sonrisa que dudo si ha existido desde aquel tiempo en que pedaleaba por las calles de Melbourne del que era huérfano, tratando de aprehender cada imagen que figuraba en las palabras de ese otro lenguaje, como esas tantas formas de mirar el mundo.
Residencia permanente comenzó con breves textos espontáneos escritos en hojas sueltas, libretas, hasta su primera edición publicada en Australia.
Mientras leía el poemario, imaginaba que esas dos voces que conversan, esos dos lenguajes que se entrecruzan, inglés y español, tenían algo en común, esa inevitable sensación de extravío al que le llaman traducción, de estar a la deriva, de no pertenencia. Desde entonces creo que Alex plantea una posibilidad a través de la poesía, esa en que, tal vez, pertenecemos ahí, a donde podemos aún perdernos al nombrar el mundo y nombrarnos con el mundo, mirar lo otro que fuimos o seremos inevitablemente.
Me cuenta que el libro fue publicado con el apoyo e incentivo de Voz limpia, un proyecto en Australia que impulsa a autores hispanohablantes. Cada palabra impresa, es una letra cuidadosamente impuesta en la composición de imágenes nacientes de la poesía. Así el relato se interrumpe brevemente, apenas por un segundo, y la voz de Alex adquiere una entonación distinta, sus ojos viran hacia el techo, las paredes, otros recovecos de la sala, ahora oscuros huecos ante la escasa iluminación. Piensa, busca algo en alguna parte, a través del tiempo.
Una vez hecha la publicación de la primera edición, para Alex el poemario no estaba listo, no había un cierre. Me pregunto de nuevo, ¿por qué esa insistencia en leer el pasado? Ante mis ojos el tiempo transcurría aún demasiado rápido. Alex me responde. El presente está predestinado a una o múltiples lecturas diferentes, porque una vez que se convierte en pasado es un tiempo petrificado, ¿ruinas o escombros, tal vez? un cuadro que puede estudiarse con mayor detalle, aunque no por ello resulte menos engañoso.
escribo para volver a ese quiosco, abrazarla
y que los árboles vuelvan a hablarme
contra las palabras que usamos a diario
que invalidan su mirada, que la vuelven invisible
mira
escribo para que la mires
y le devuelvas la sonrisa
Alex ya no era el nómada que escribía poesía en las calles australianas, ahora él debía dedicarse a observar a ese otro para poder contar su historia y otorgarle así un final, el último verso de lo que sería el habitad de un animal extinto, una residencia permanente.