Lucharán: Un espacio entre la realidad y la ficción
Tiempo de lectura: 3 minutos A partir de una exposición inmersiva, pensada para su adaptación al espacio de Galería Jardín Americana, Casillas Oliver nos invita a repensar nuestra relación con una realidad que es posible habitar de formas diversas.
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Dos hombres al centro del salón. Ambos visten calzoncillos, uno de ellos ataca ferozmente el cuello del otro con una llave de lucha, un auténtico mataleón. ¡Casi puedo sentir la característica presión en la carótida!, pero continúo avanzando y, de repente, esos mismos cuerpos se perciben planos, a sus espaldas no hay más que un soporte metálico para su enorme torso de lámina.
Esas mismas figuras de luchadores fornidos y feroces rodean las paredes de la Galería Jardín Americana, desde enormes cuadros hechos por el artista México Americano Casillas Oliver, un joven en bermudas negras, sandalias y gorro de pescador que recorre el espacio con una afable sonrisa.
El artificio de la lucha libre, una de las tradiciónes más arraigadas dentro de la cultura mexicana, es la metáfora que utiliza el artista para explorar el juego cotidiano que se establece entre la realidad y la invención, a través de los personajes que surgen con la puesta de una máscara de colores fulgurantes, una vez dentro del ring.
A partir de una exposición inmersiva, pensada para su adaptación al espacio de Galería Jardín Americana, Casillas Oliver nos invita a repensar nuestra relación con una realidad que es posible habitar de formas diversas.
Recorro los pasillos de la galería una y otra y otra vez, como si se tratara de un laberinto sin salida. Puedo recordar los martes de glamour en la Arena Coliseo, donde personajes bastante peculiares con trajes de colores exuberantes, cobran vida y todos y cada uno de los asistentes nos permitimos imaginar, sin siquiera rechistar, que esa es la historia dentro de un cuadrilátero.
Observo a Oliver, imagino que ansía desprenderse de las bermudas y el gorro para portar unas licras verde fluorescente, una máscara plateada…, pero no sé cuál sería su nombre de luchador, o si fuese mascara o cabellera, así que contengo la imaginación. Es acaso que día a día nos permitimos creer en el personaje de cada persona se cruza en nuestro camino, y también el nuestro, es cierto. Oliver parece atisbar la manera en que olvidamos los andamios que soportan nuestros cuerpos de lámina, que un día cualquiera podríamos bien ejecutar un mortal invertido y decir que somos el Rayo de Celaya o el Destructor Vaquero.
Vuelvo a la escena del luchador y el mataleón, entonces sé que esta es otra historia más creada e inscrita por Oliver en murales móviles de gran formato, bastidores de tela con técnica grafito, pintura acrílica y pintura al óleo, además de piezas con técnica de crayola y pintura acrílica sobre tela, además de reproducciones miniatura de los luchadores en plástico.
Regreso al umbral de la galería. Siento de nuevo la presión en la carótida que ejerce la famosa llave de lucha, el mataleón. Se me ocurre entonces que nosotros, presentes e inmersos en este ring tan particular, rodeado de enormes paredes blancas, no somos tan diferentes al Rayo de Celaya, llevamos a la espalda una especie de soporte metálico que sostiene nuestras frágiles figuras de cartón o lámina, y en algún rincón, quizás incluso de este salón blanco, hemos olvidado nuestras licras de un verde fluorescente y una máscara plateada.