Jorge Esquinca y la poesía del monje Ciruela Amarilla

Tiempo de lectura: 3 minutos Ciruela amarilla es el nombre de un monje oriental, poeta y calígrafo, personaje que dota de singular profundidad poética al libro más reciente del escritor mexicano Jorge Esquinca, publicado por Petra Ediciones. 

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Ciruela amarilla es el nombre de un monje oriental, poeta y calígrafo, personaje que dota de singular profundidad poética al libro más reciente del escritor mexicano Jorge Esquinca, publicado por Petra Ediciones. 

Carolina Jiménez/Diáspora

Un día, al propagarse el rumor de la belleza en su escritura, el monje es llamado a dejar el monasterio para vivir junto al emperador, quien, afligido por la pérdida reciente de una querida amiga, le confía el cuidado de su jardín, y es así como Ciruela aprende a nombrar y proteger plantas y flores que hasta entonces le eran desconocidas. 

Quizá cada uno de los asistentes a la presentación del libro Ciruela amarilla el jueves 2 de febrero, en un antiguo edificio que es ahora Impronta Casa Editora, somos, de alguna manera, un emperador herido, afligido ante la incertidumbre de la muerte, recurrimos en consuelo a la poesía de algún monje, y este monje como un poeta tapatío que esmera en la preservación de su propio jardín de la escritura. 

Transitar en la escritura de Jorge Esquinca obliga a nombrar y preservar lo que ante nuestros ojos figuraba desconocido, rescata en cada página un acontecer fugaz. Para el autor la realidad poética es breve y huidiza, “trata de preservar lo efímero, sin embargo, en el jardín de la escritura somos únicamente un jardinero temporal”.

Carolina Jiménez/Diáspora
Carolina Jiménez/Diáspora

Durante la charla, el poeta Luis Eduardo García recordó que la práctica de la jardinería desafía el transcurso de lo cotidiano, quién transita el jardín habita en ese otro tiempo, así como sucede también con el ejercicio de la escritura.

En una de las entregas de su columna en el diario Milenio, Esquinca recupera reflexiones sobre la belleza de lo efímero. Cita a Kenko, un monje budista, este dice “las cosas son bellas precisamente porque son frágiles e inconsistentes”.

Contrario a la búsqueda del occidente por lo permanente, Ciruela amarilla es el reflejo del lugar que la tradición oriental otorga a la fugacidad, y al carácter pasajero de las cosas,  lo que se traduce en la brevedad de poemas que asimilan la estructura del Haikú, textos tradicionalmente compuestos por tres versos, así como también en la transformación del monje a la par del jardín. 

Tal como lo expresa en su columna, Jorge escribe bajo la convicción de que la poesía, encaminada más allá del canon establecido por el mercado editorial, es una ventana hacia diversas perspectivas en torno a la complejidad de la realidad de la que formamos parte, la escritura como una oportunidad “para mostrar una nueva relación con el mundo”.

En curaduría de la editora-diseñadora de Impronta Casa Editora, Peggy Espinoza, el ejemplar es una pieza que conjunta el lenguaje escrito y visual. Breves y puntuales en la selección del lenguaje, a lo largo del libro, los textos de Esquinca dialogan con las esculturas de Maribel Portela, fotografiadas por Jill Hartley. 

Ambas narrativas cuentan la historia de Ciruela amarilla, el libro indicado para el niño que fue Jorge Esquinca, tal como él lo menciona; soñador, observador entusiasta de las nubes y de una curiosidad voraz por los pequeños detalles, el niño que ahora siembra y procura su propio jardín de la escritura.

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