Este es mi favorito, le dije señalando la pintura del artista Juan Pedro Ponce, en la que seres extraños, como demonios de aspecto circense, navegaban sobre una barca un oscuro lago, mientras pescaban, creo yo, sueños en medio de la noche, esa noche extraña que les pertenecía en su condición de delirio y extrañeza.
Era lunes 24 de abril y nos habíamos encontrado en la Exposición Conexiones, una muestra de arte que reúne el trabajo de artistas jóvenes, desde pintura hasta escultura, en una inmersión al surrealismo y el arte como herramienta de autoexploración.
En aquel salón del Cafetal 97, repleto de personas que deambulaban expectantes de cada trazo y pincelada, él dio la vuelta inmediatamente y sin pensarlo señaló otro cuadro asido a la pared. Si me preguntas, dijo, este sería mi favorito, es muy… yo, por los colores y las formas. En el marco observé el retrato de lo que podría ser un busto humano, pero con la cabeza de una luna menguante, vistiendo una especie de túnica y con un gesto socarrón.
Entonces me di cuenta de que ahí estábamos, cada uno dejaba de ser quien era minutos antes, reconociéndonos ante las cuatro paredes de los marcos que resguardaban las imágenes, existíamos a través de una pintura, pues el arte abría una puerta hacia otras posibilidades de encuentro con una misma, uno mismo, y la realidad, para repensar y habitar otros espacios.
Tal como lo decía el nombre de la exposición, cada espectador era capaz de establecer, a través del arte, conexiones. En el surrealismo de lo que a simple vista parecía la pintura de una carta de poker, con caballos multicolor, reyes y espadas, en la certeza de que Todo muere, tal como lo dictaba una pintura de la artista Ana Isabel Escalera, en que se mostraba fragmentado el cuerpo de un escarabajo verde, o en los recuerdos de Nataly Santana, quien plasmó el tiempo en el dibujo de diversas especies de hojas recolectadas.
Ahí estábamos, era la noche de un lunes en que ambos partimos habiendo reconocido al otro en las paredes de una galería de arte de la Colonia Americana en Guadalajara. Al verlo agitar una mano y mostrar su rostro a través de una ventanilla al despedirse, pensé en la luna menguante con ropas sueltas, su aspecto apacible, su complicidad y cierta calma. Y así también imaginé que alguien más me vio partir como un demonio de aspecto circense, salido de aquella pintura donde otros seres de la misma naturaleza pescaban, como imaginé, sueños en medio del delirio.