EL CAMINO A ROSALÍA
Tiempo de lectura: 5 minutosRosalía cantó a la capital mexicana, atrayendo 160 mil seguidores, enfundada en un enterizo color negro, peto rojo y botas arriba de las rodillas del mismo color que sus carnosos labios, en el espectáculo de su último álbum, Motomami.
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El Zócalo de la Ciudad de México, el ombligo de la luna, lugar mágico donde convergen las ruinas de lo que fue la gran Tenochtitlán, la Catedral y las cervecerías que dicen las mala lenguas han tomado grupos del crimen organizado (eso solo Dios lo sabe), este lugar emblemático de este país, ha recibido desde hace varias décadas a más de cien bandas y solistas nacionales e internacionales, deleitando la multiplicidad de gustos musicales que radican en la megalópolis. Desde Madredeus, The Pixies, Manu Chao, Los Tigres del Norte, Grupo Firme, Roger Waters, Shakira, Chayanne, Café Tacuba y La Maldita Vecindad; hoy le abrió las puertas a Rosalía cantante española que es, referente del camino de la música de los que hoy se encuentran en la “Cresta de la ola” de la nueva era, de esos que como en los tiempos de Hunter Thompson, hagan lo que hagan, estarán ganado, los Centennials. Esta progenie, llamada así de manera peyorativa, por las generaciones que crecieron creyendo que los abusos del adultocentrismo son la forma de educar a las personas, la Generación de Cristal.
La conocí por el año 2019, mis compañeros de oficina más jóvenes ponían su música, bastante animada para la monotonía de las labores cotidianas, ese álbum, con el que la conocí “El Mal Querer” fue su tesis de licenciatura en Cante Flamenco, inspirado en un libro anónimo del siglo XIII, llamado Flamenca; dejaba escuchar una propuesta novedosa, fresca y bastante atractiva de una chica visionaria que combinó los sonidos del flamenco, del trap y una voz por demás virtuosa.
No obstante, su primer trabajo, “Los Ángeles” al lado del guitarrista Raül Renfree es una delicia auditiva que sus detractores han preferido ignorar para no darle el crédito que merece, porque lo nuevo, históricamente ha levantado ámpula en los defensores del “Antes todo era mejor”.
Su voz le ha abierto el camino del éxito mundial, pero lo que la ha mantenido entre las número 1, es la combinación entre audacia y confianza. Ha mezclado ritmos electrónicos, boleros cubanos, bachata, flamenco, reggaetón, ha colaborado con Billie Eilish, James Blake, Tokischa entre muchos otros; ha cantado en inglés, catalán y español.
Tiene coreografías innovadoras, divertidas y provocativas, propuestas en diseño de vestuario, fruto de su talentosa hermana Pili, presentaciones que emulan un tick tock y una camara que la sigue por todos lados del escenario, muy ad hoc a sus tiempos; todo este eclecticismo; moderna y clásica, oscura y alegre, profunda como en su canción de Bagdad o trivial como en la Combi Versace, abanderan a Rosalía como la representante de su generación, una mujer que no sigue las reglas, el deber ser, que busca y rebusca, porque como ella misma dijo: “ya todo está escrito” hace un collage con todo lo que ya está hecho y lo que viene, le da a la segunda década de este siglo su personalidad; así como la voz de Edith Piaf fue la voz y la imagen de su época, Rosalía , le pese a quien le pese, es la metáfora de un milenio que comenzó hace 23 años y no se detiene ante las súplicas hirientes de los amantes del pasado.
Su éxito vertiginoso la ha llevado por todo el mundo dando presentaciones y ganado premios, en México, ha tenido varias presentaciones, pero su consagración tiene que ser el zócalo capitalino, dónde un mar de almas nuevas y viejas la podrán adorar como la diosa de la nueva era de la música en español.
Así llegó el viernes a la capital mexicana, atrayendo 160 mil seguidores, enfundada en un enterizo color negro, peto rojo y botas arriba de las rodillas del mismo color que sus carnosos labios, salió a dar el espectáculo de su último álbum, Motomami.
Hermosa, poderosa y atractiva cantó y bailó sus ya muy famosas coreografías, imitadas hasta el cansancio en redes sociales por sus fans, nos deleitó con su voz.
Sus más fervientes seguidores, ataviados con prendas que sugerían el estilo tan característico de Rosalía, coreaban a todo pulmón sus canciones
El momento cumbre llegó al cantar Hentai, en verdad que me tocó el corazón, verla sentada al piano y cantando de manera magistral y dulce a la vez, la ternura de su voz me robó un par de lágrimas, que me llevaron a un recuerdo escondido en la memoria.
Le dio a México una probada de su amor cantando La llorona y dijo: “Esta plaza me parecía tan bonita, pero con ustedes me termina de enamorar” con estas palabras terminó de encender a su público.
El mar de celulares mostrando la obsesión de la nueva generación por dejar un registro visual en las redes sociales de su felicidad, fungen como faroles que acompañan a la cantante en su noche espectacular, la del concierto más grande de su historia; por momentos dónde las canciones más populares se hacen, obstruyen la vista, algunos chicos enojados pedían al de al lado que se callara porque estaba grabando y en su defensa decía, ¡Ni modo, yo vine a cantar!
Otros tantos fumando mota sin parar, sacando las botellas de tequila, perreando hasta el suelo al ritmo de “Con altura” y “Linda” y los vendedores ambulantes haciendo su agosto con afiches de la cantante, gorras, playeras, refrescos, aguas, chelas, caballitos de tequila, cigarros, dulces y hasta tortas de jamón, todo mientras el público miraba al escenario a la Motomami.
Habló de lo conmovida que se sentía al saber que muchos de los presentes pernoctaron en las calles aledañas al lugar para estar allí en primera fila, y les dedicó una canción, recibió su peluche del Dr. Simi, lo abrazó con cariño y se lo llevó fuera del escenario.
Así fue la euforia que duró tristemente poco más de una hora. A los amantes de su faceta sosegada nos quedó a deber canciones como: Catalina, Bagdad, Aunque es de Noche y Barefoot in the park. Pero en general lo pasamos muy bien, andando por los caminos donde ahora transita la juventud.
De esta manera el Zócalo de la Ciudad de México vuelve a ser el espacio del disfrute de la “Banda chilanga” desde aquel 1999 dónde los Tigres del Norte comenzaba una era de conciertos masivos en este lugar, hoy en día se abre el espacio para la nueva música, con mejor organización y mayor comprensión de las necesidades del público, de este modo la Ciudad de México, vuelve a ser un espacio para todos, todas y todes.